Por
Eduardo E. Saxe Fernández
Director
Escuela de Filosofía
Universidad Nacional de Costa Rica (UNA)
Para
Ana Rodríguez Allen
Introducción
Desde tiempos de la conquista y la colonia europeas, el interés científico sobre la región latinoamericana ha estado concentrado en la biología y las ciencias de la naturaleza, incluyendo la geografía, la botánica y la zoología, la geología, las ciencias marinas, la astronomía y las ciencias atmosféricas, así como sus técnicas y tecnologías relacionadas, sobre todo agronomía, medicina, minería y lo que hoy denominamos ciencias ambientales. España, Portugal, Inglaterra y Francia patrocinaron varias expediciones a América, sobre todo a partir del siglo XVIII. Sin embargo, esta tendencia se remonta a la conquista europea, puesto que uno de los objetivos que impulsaron los viajes a través de los océanos fue encontrar rutas para obtener las especias del oriente y otras plantas maravillosas. Este interés colonial conformó una especialización científica y tecnológica en América Latina, que aún hoy es dominante. En la mayoría de los países de la región, las ciencias naturales y biológicas son las más desarrolladas, tanto institucionalmente como en términos de la calidad y cantidad de producción científica.
Durante la segunda parte del siglo XVIII y el siglo XIX, Humboldt y Darwin fueron los dos científicos europeos emblemáticos, cuyos trabajos más significativos se realizaron en América Latina. Se beneficiaron grandemente de investigaciones realizadas anteriormente por estudiosos latinoamericanos e ibéricos[1]. Los campos científicos que trabajaron Humboldt y Darwin son esos que han logrado mayor desarrollo en nuestra región.
Desde principios del siglo XX, la genética y la medicina tropical empezaron a jugar un papel importante en la ciencia latinoamericana y de Estados Unidos (que se proyectaba dominantemente sobre el área circum caribeña), y la Fundación Rockefeller jugó un papel relevante en la promoción de este desarrollo desde la primera década de ese siglo, cuando se involucró en el estudio y el control de las enfermedades tropicales. Sin embargo, antes de discutir esta y otras participaciones de la citada Fundación en América Latina, se hace necesaria una breve anotación metodológica.
La investigación sobre el impacto y el papel jugado por la Fundación Rockefeller en América Latina, como podría esperarse ha estado dividida agudamente entre apologistas y críticos. Algunos como Fosdick (1989), Shaplen et al (1964) o Curti (1958), describen a esta institución como completamente altruista y filantrópica. Los estudios críticos, por su lado, muestran cómo los programas internacionales de esta Fundación han estado cargados de interés de clase (Brown, 1979), y por ideologías imperialistas (Solórzano, 1994, 1996). Berman (1983) ha estudiado las relaciones y la coordinación entre esta Fundación y la diplomacia de Estados Unidos, y Arnove (1980) sostuvo que sus programas buscaban sustituir las culturas y valores locales con los de Estados Unidos. Aunque me inclino hacia la tendencia crítica, también considero la literatura amigable con la Fundación, para comprender mejor sus contribuciones.
Primer caso: lucha contra la malaria en Panamá.
Después de la apertura del Canal de Panamá en 1914, la Fundación Rockefeller empezó a actuar en Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, en las áreas de salud pública, originalmente para combatir la fiebre amarilla. Para comprender mejor el interés de la Fundación en esta enfermedad, es importante considerar la construcción del Canal de Panamá.
Una de las principales razones que explican el fracaso francés en la construcción de este canal fueron los efectos devastadores de la malaria y la fiebre amarilla. Cuando Estados Unidos se hizo cargo de este proyecto de ingeniería (el más importante del mundo en aquel momento), el control y la posible eliminación de esta enfermedad se convirtió en una necesidad estratégica. Así, por ejemplo, James Stevens Simmons, Teniente Coronel del Cuerpo Médico del Ejército de Estados Unidos, conjuntamente con otros cuatro altos oficiales médicos del ejército en Panamá, en 1939 escribía retrospectivamente y resumía la situación de estas enfermedades en el Canal de la siguiente manera:
La malaria ha jugado un papel espectacular al influir sobre los resultados de la larga lucha emprendida para el desarrollo de Panamá como un pasaje interoceánico para el comercio mundial. Las medidas sanitarias que hicieron posible la construcción y mantenimiento del Canal de Panamá, promovieron una reducción de las enfermedades transmitidas por mosquitos, pero el control de la malaria sigue siendo un problema. Como se recordará, la fiebre amarilla y la malaria eran dos infecciones que demandaron la campaña para erradicar los mosquitos, inaugurada por el (Coronel William C.) Gorgas y sus asociados en 1904. A los pocos años la primera de esas enfermedades había desaparecido de la Zona del Canal, y la incidencia de la segunda enfermedad habíase reducido notablemente entre los empleados del Canal; pero pese a los esfuerzos continuos de un cuerpo de trabajadores sanitarios muy eficiente, sigue siendo la enfermedad más importante en esta región. Consecuentemente, la malaria ha sido investigada por muchos malariólogos, entomólogos y médicos y, gracias a estos trabajadores, se ha acumulado mucha información valiosa en las publicaciones científicas, durante los últimos treinta años[2].
El Dr. Gorgas se convirtió en el Médico General de los Estados Unidos y en julio de 1914, con el comienzo de la Primera Guerra Mundial y la apertura del Canal en Panamá, fue abordado por Wichliffe Rose, jefe de la Comisión Sanitaria de la Fundación Rockefeller, preocupado por el hecho que, con la inminente apertura del Canal en agosto, la malaria empezaría a ser transportada por los buques hasta Asia, en donde no existía esa enfermedad[3]. La Fundación Rockefeller se hizo cargo de diseñar y financiar una campaña para erradicar el mosquito en toda América Latina, y cuando el Dr. Gorgas terminó su período como Médico General de Estados Unidos, pasó a liderar la Comisión Rockefeller sobre este tema[4].
La Fundación organizó el esfuerzo anti malárico en aquellos países en donde se veían afectados negativamente importantes intereses económicos de empresas de Estados Unidos, incluyendo las plantaciones bananeras de Ecuador y las minas de Perú. Según el historiador de la ciencia Glick,
(…) los esfuerzos de la Fundación en Ecuador y Perú, aunque exitosos en la conquista de la fiebre amarilla, no significaron ninguna contribución a la ciencia médica nacional (…) El caso más flagrante ocurrió en Perú, en donde Henry Hanson, un miembro de la Comisión sobre la Fiebre Amarilla de la Fundación Rockefeller, fue nombrado Director de Salud Pública del país entre 1919-1922. Hanson eliminó la fiebre amarilla colocando peces en los tanques de agua caseros para que se comieran las larvas del mosquito. La toma del sistema de salud pública de Perú por parte de la Fundación Rockefeller resultó en el cese virtual de la investigación bacteriológica local[5].
La Fundación Rockefeller, entonces, mediante la lucha contra estas enfermedades, establece programas de sanidad que a la vez sirven para cimentar el control extranjero sobre los países latinoamericanos.
Segundo caso: la Fundación Rockefeller en la enseñanza y la práctica de la medicina
Entre 1916 y finales de la década de los años 1920, la Fundación Rockefeller también lanzó un programa para evaluar la enseñanza de la medicina en América Latina. Los propósitos de este programa eran, en primer lugar descubrir lugares en los que las lecciones magistrales no estaban apoyadas en trabajo de laboratorio y, en segundo lugar, detectar centros de excelencia en la región, con los que la Fundación podría desarrollar proyectos conjuntos.
Por supuesto, las normas que servían para evaluar las escuelas de medicina latinoamericanas eran aquellas características de las correspondientes escuelas en Estados Unidos. Los representantes de la Fundación encontraron muchas fallas en la región, incluyendo una evaluación negativa del laboratorio de Houssay en Argentina. La Fundación no se percató que en este laboratorio, “ya se estaba realizando el trabajo que conduciría al Premio Nóbel para Houssay”[6].
La explicación de este error ha sido explicada por Glick, quien señala que,
La interpretación de los reportes de la Rockefeller suscita el tema de culturas científicas enfrentadas. Los norteamericanos no estaban acostumbrados a la economía de carencias y privaciones que reinaba en todos los laboratorios de América Latina. En esta región quienes investigaban tenían que apañarse haciendo lo mejor posible con los recursos a la mano; la inventiva en el diseño de experimentos fue, tal vez, la clave para comprender la mejor ciencia latinoamericana del período[7].
En Brasil la medicina tenía un importante desarrollo desde el último cuarto del siglo diecinueve. Joao Batista de Lacerda y un francés, Louis Couty, habían creado el Laboratorio de Fisiología en el Museo de Historia Natural de Rio de Janeiro ya en 1880. En este laboratorio se realizaron investigaciones, durante dos décadas, sobre enfermedades endémicas del país, sobre plantas medicinales y sobre la anatomía y fisiología de la abundante fauna brasileña.
Hasta 1889, los estudios de medicina en Brasil no tuvieron bases experimentales, cuando se establecieron los primeros institutos de microbiología. Estos institutos recibían apoyo tanto del gobierno como de parte de importantes grupos de médicos. El gobierno estaba interesado en controlar pandemias y la profesión médica se encontraba influida por Pasteur. En 1892, Alfredo Lutz creó el Instituto Bacteriológico de Sao Paulo, en donde se investigó sobre el cólera, la tifoidea, la fiebre amarilla y la plaga bubónica.
Por su parte, Oswaldo Cruz creó en 1900 e Instituto de Seroterapia en Manguinhos (cerca de Río de Janeiro), que se convirtió en la institución científica más importante de Brasil durante las primeras décadas del siglo XX[8]. También en 1900, Cruz dirigió la lucha contra la peste bubónica en el país y en 1904 lideró otra campaña contra la fiebre amarilla[9]. Sin embargo, el aporte científico más importante de este instituto durante sus primeros años, fue el descubrimiento de la enfermedad del sueño americana (tripanosomiasis americana), o enfermedad de Chagas, realizado por Carlos Chagas en 1908. Esta enfermedad no había sido identificada como unidad patológica, porque generaba múltiples síntomas en sus víctimas. Pero a partir de Chagas se abrió un campo de investigación que convirtió a esta enfermedad humana en una de las más estudiadas. Las Memorias del Instituto Oswaldo Cruz, que aparecieron a partir de 1909, concentraron esta gran masa investigativa[10].
Según Cueto, los funcionarios de la Fundación Rockefeller tenían un concepto muy bueno de Brasil. La Fundación mantenía una relación privilegiada con este país en las áreas de salud pública y educación médica, porque en Nueva York se consideraba que el país amazónico reunía las mejores condiciones para reorganizar la enseñanza médica “hacia el modelo norteamericano”[11].
Contrariamente a lo que podría esperarse, la Fundación Rockefeller aumentó su presencia en México después de la revolución. La Fundación desarrolló una serie de programas de salud pública en México, al principio al igual en Brasil, dirigidos a controlar la malaria. En realidad estos programas crearon una infraestructura institucional médica en varias regiones de México, con resultados estratégicos. Pues el desarrollo de la misma salud pública mexicana se originó en aquellos estados en donde habían grandes inversiones agro mineras de las empresas de Rockefeller. Según Solórzano, “El creciente interés en la salud pública de México (…) coincide con los intereses financieros de Estados Unidos en el país”[12]. Las Unidades Cooperativas de Salud y las Unidades de Entrenamiento Médico que patrocino la Fundaciòn, se establecieron primero en Veracruz y Tamaulipas, estados mexicanos bajo fuerte control por el capital de Estados Unidos, y en los que vivía la fuerza laboral requerida por esos inversionistas extranjeros.
Los programas de la Fundación Rockefeller fueron diseñados para transferir el modelo de sistema médico de Estados Unidos a México. Se utilizaron dos mecanismos para ello, inversión, diseño y construcción de hospitales y escuelas de medicina, por una parte. Por la otra, la Fundación establecía en esas instituciones su conceptualización de la profesión médica como integrada por individuos líderes en el sistema nacional[13]. Esta orientación estratégica por supuesto no era conveniente para un proceso político social y económico revolucionario en México. Solórzano indica que el elitismo individualista del cuerpo médico nacional en México, se fundaba en construir,
(…) un sistema de salud que buscaba imitar las peculiaridades de la sociedad de Estados Unidos y que dejaba sin resolver los problemas nacionales de salud[14].
Pasarían varios años antes que la revolución mexicana asumiera el desarrollo de la medicina social nacional.
La Fundación Rockefeller no limitó sus actividades a Panamá, Brasil o México, sino que también ha jugado importantes papeles en toda la región, promoviendo la ciencia y la tecnología, aunque con las tendenciosidades señaladas por autores como Solórzano. La Fundación jugó un importante papel en Ecuador y probablemente también en Costa Rica, Guatemala y Honduras, en las campañas antimaláricas realizadas en las plantaciones bananeras.
Ex post, la Fundación empezó a cooperar con el instituto de Houssay en Argentina, probablemente contribuyendo a que este equipo de investigación obtuviera un segundo Premio Nóbel.
Referencias
Arnove, Robert (ed). 1980. Philanthropy and Cultural Imperialism: Foundations at Home and Abroad. Boston: G.K.Hall & Co.
Berman, Edward H. 1983. The Influence of the Carnegie, Ford, and Rockefeller Foundations on American Foreign Policy: The Ideology of Philantrophy. Albany: State University of New York Press.
Brown, E. Richard. 1979. Rockefeller Medicine Men: Medicine and Capitalism in America. Berkeley: University of California Press.
Cueto, Marcos. 1989. Excelencia científica en la periferia. Actividades científicas e investigación Biomédica en el Perú 1890-1950. Lima: GRADE-CONCYTEC.
_____ 1991. El Rockefeller Archive Center y la medicina, la ciencia y la agricultura latinoamericanas del siglo veinte: una revisión de fondos documentales. Quipú vol. 8 no.1 (Enero-Abril): 35-50.
Curti, Merle Eugene. 1958. American Philanthropy and the National Character. American Quarterly vol.10: 420- 437.
Dantes, Maria Amélia M. 1988. Fases da Implantaçao da Ciencia no Brasil. Quipú vol.5 no.2 (Mayo-Agosto): 265-276.
Fosdick, Raymond B. 1989. The Story of the Rockefeller Foundation, 2nd ed. New Brunswick: Transaction Publishers.
Glick, Thomas F. 1993. Establishing Scientific Disciplines in Latin America: Genetics in Brazil, 1943-1960. En Mundialización de la ciencia y cultura nacional, ed. Antonio Lafuente, 363-375. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid y Editorial Doce Calles.
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Harrison, Gordon A. 1978. Mosquitoes, Malaria, and Man. History of Hostilities since 1880. New York: E.P.Dutton.
McCullogh, David G. 1977. The Path Between the Seas. The Creation of the Panama Canal 1870-1914. New York: Simon & Schuster.
Méndez Carniado, Beatriz. 1993. Mariano Soler y Charles Darwin: las teorías de la evolución en el contexto social uruguayo. En Historia del quehacer científico en América Latina, ed. Patricia Escandón y Luz M.Azuela, 115-128. México D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México.
Penini De De Vega, Elena. 1984. Darwin en Argentina. Quipú vol.1 no.1 (Enero-Abril): 119-132.
Pruna, Pedro. 1984. La recepción de las ideas de Darwin en Cuba, durante el siglo XIX. Quipú vol.1 no.3 (Septiembre-Diciembre): 369-389.
Saxe Fernández, Eduardo. 2000. El fracaso estratégico de América Latina: industrialización, ciencia y tecnología, 1890-1990. Heredia: Escuela de Relaciones Internacionales.
Sevcenko, Nicolau. 1984. A revolta da vacina. Sao Paulo: Editora Brasiliense.
Shaplen, Robert. 1964. Toward the Well-Being of Mankind: Fifty Years of the Rockefeller Foundation. New York: Doubleday.
Solórzano, A. 1994. Sowing the Seeds of New-Imperialism: The Rockefeller Foundation's
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Stepan, Nancy. 1976. Beginnings of Brazilian Science. Oswaldo Cruz, medical research and policy, 1890-1920. New York: Science History Publications.
[1] See Penini de de la Vega, 1984; Pruna, 1984; Méndez-Carniado, 1993; Glick, 1996.
[2] Simmons, (1979): viii. Véase también Harrison, (1978): 157-167.
[3] Sobre Gorgas, véase McCullogh (1977): 405-437, capítulo 15.
[4] Harrison, (1978): 177-179; McCullough, (1977): 405-426.
[5] Glick, (1996): 302.
[6] Ibid., p. 306-307.
[7] Ibid., loc. cit.
[8] Dantes, (1988): 270.
[9] Véase Stephan, 1976; Sevcenko, 1984.
[11] Cueto, (1991): 40-41.
[13] Ibid., pp.194-195.
[14] Ibid., p.199.
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